Chicharito Hernández, el jugador que no pesó en Chivas y hasta la suerte le da la espalda

Chicharito Hernández el sábado en el partido contra América. (Manuel Velásquez/Getty Images)
Chicharito Hernández el sábado en el partido contra América. (Manuel Velásquez/Getty Images)

La escena podría ser de caricatura: Javier Chicharito Hernández entró de cambio, batalló para ponerse el gafete de capitán, intercambió un par de palabras con su rival Jonathan dos Santos, intentó espabilar a la defensa de Chivas y, acto seguido, cayó el gol americanista gracias a Israel Reyes, jugador al que el propio Hernández debía marcar. Ese tanto eliminó al Guadalajara de las Semifinales del futbol mexicano y le dio un nuevo triunfo al América, a quien cada vez se le hace más normal derrotar a su rival clásico.

Para Hernández, el desenlace no pudo ser otro: todo un compendio de burlas. Su presencia no aportó peligro alguno en ataque, totalmente incapaz de generar ocasiones, aunado a un equipo incapaz de servirle balones. El primer torneo de Hernández, tras su soñado regreso, se ha saldado con apenas un gol en seis partidos. Fue más el alboroto hecho durante su presentación que el impacto real que tuvo en el equipo dirigido por Fernando Gago.

Tampoco a nivel liderazgo se notó su mano: gesticula y grita mucho, pero sus compañeros parecen inertes, indiferentes. Aunque Chivas hizo una serie sensata en defensa ante América, quedó claro que un equipo no puede aspirar al título si no tiene un ataque trascendente: jugadores que generen peligro y sean capaces de marcar diferencia en el área. Hoy, los tapatíos no tienen esa clase de elementos. Ni Ricardo Marín ni Cade Cowell ni Javier Hernández. Mucho menos José Juan Macías, otrora promesa, borrado totalmente del equipo.

De Hernández siempre se ha dicho que es un jugador con ciertas limitaciones técnicas. Y eso se notó especialmente este torneo con diversas jugadas en las que se le vio precipitado, atrabancado, deslucido, como si le costara trabajo tan solo mantener una postura adecuada para patear el balón. Claro que eso siempre se compensó con su extraordinaria capacidad de desmarque y con el cómo encontraba los espacios adecuados para rematar. Este semestre no lo pudo compensar así: en el balance, Hernández mostró sus carencias, pero no sus virtudes, que se quedaron atadas o que, quizá, ya pertenecen definitivamente a otra época.

Con preparación total y ya sin lesiones, el próximo torneo será el gran examen para Chicharito en esta etapa de su carrera. No habrá argumento alguno para justificar un nivel decepcionante. Quizá entonces se diga que su edad ya no le permite rendir y ahí no habrá nada por hacer: el tiempo no se puede regresar atrás. Hernández ya no es lo que era, pero se esperaría que, al menos, desde la actitud su experiencia tuviera mayor utilidad.

Ni siquiera como cambio pudo ser un revulsivo. Un escenario poético habría sido que él anotara un gol y le diera a Chivas la victoria. Seguro esa idea inundó los pensamientos de los más optimistas aficionados rojiblancos. Y pasó todo lo contrario: en el minuto de su entrada cayó el gol que aniquiló los sueños finalistas de unas Chivas extraviadas.

Y ese fue el precio a pagar por una presentación tan grande en la que no había garantía de nada. Chivas, además, verá una final en la que no puede haber sino conclusiones negativas: el América les puede sacar una ventaja insólita de tres títulos o Cruz Azul puede llegar a diez, cerca de los doce que tiene Chivas y, en caso de ganar, demostrará que se puede ser campeón con sólo seis meses de trabajo y con un plantel sin grandes figuras —la excusa que suele poner Chivas sobre su escasez de campeonatos—. No hay salida ni para el Rebaño Sagrado ni para Chicharito Hernández.